# C a m u n i

22 junio 2011

De los Eruditos


He salido de la casa de los eruditos y he dado un portazo al salir.
Demasiado tiempo estuvo sentada a su mesa mi alma hambrienta: no
he sido entrenado, como ellos. a cascar el conocimiento como quien
casca nveces. Amo la libertad y el aire sobre la tierra fresca: prefiero
dormir sobre pieles de buey que sobre las dignidades y las
respetabilidades de los eruditos. Soy demasiado ardiente y estoy
demasiado quemado por mis propios pensamientos: con frecuencia
me dejan sin respiración. Entonces tengo que salir al aire libre, lejos de
los cuartos llenos de polvo.
Ellos, en cambio, se sientan fríamente entre las sombras frías:  quieren
ser meros espectadores de todo y se cuidan muy bien de sentarse donde
el sol queme los escalones... Cuando se las dan de sabios, sus
pequeños dichos y verdades me hacen estremecer: su sabiduría despide
con frecuencia hedor a ciénaga...
Son hábiles y tienen dedos astutos: ¿qué es mi simplicidad en
comparación con su diversidad? Sus dedos entienden a la perfección
de hilar, tejer y anudar: ¡así tejen los calcetines del espíritu!
Se vigilan el uno al otro con ojo agudo y no confían como podrían el
uno en el otro. Son hábiles para inventar pequeñas astucias y esperan
al acecho a aquellos cuya voluntad renguea, esperan al acecho como arañas...
También saben cómo jugar con dados cargados; y los he visto jugando
con tanto ardor que hasta sudaban.
Somos extraños el uno para el otro, y sus virtudes se oponen más a mi
gusto que sus falsedades y dados cargados.
Y cuando vivía entre ellos, vivía por encima de ellos. Por eso se
enojaron conmigo. No querían enterarse de que alguien caminaba por
encima de sus cabezas; por eso colocaron madera y suciedad y basura
entre sus cabezas y mis pies.
Así ahogaron el sonido de mis paso; y, desde entonces, los más
eruditos son los que peor me escuchan...
Pero, a pesar de esto, camino con mis pensamientos por encima de sus
Cabezas; y aunque caminase sobre mis propios errores, continuaría
estando por encima de ellos y de sus cabezas.
Porque los hombres no son iguales: así habla la justicia.
¡Y ellos no pueden desear lo que yo deseo!